Dimensiones
principales de la comunicación
Los cambios económicos y tecnológicos que ha traído
consigo la globalización han hecho cada vez más frecuentes y
más cotidianas las
situaciones en las que la comunicación
se establece entre personas que no comparten la misma lengua o variedad de
lengua, que son originarias de países diferentes, que coinciden, pero que
pueden también diferir en valores, actitudes, usos y costumbres. Dado que
nuestra vida social es eminentemente comunicativa y dado que la comunicación no
siempre fluye con facilidad -no siendo extraño que en consecuencia se produzca
cierto malestar en los hablantes o que surjan pequeños malentendidos o,
incluso, conflictos-, estas
situaciones de intercambio comunicativo a través de las culturas han despertado
en las últimas dos décadas el interés de la antropología lingüística y de
algunas ramas de la lingüística, como la sociolingüística y la pragmática
contrastiva. Los contextos a los que se ha atendido han sido, especialmente, el mundo laboral, los negocios, la escuela, los
servicios públicos, y, por supuesto también, el ámbito académico.
La comunicación intercultural es, sin
embargo, un fenómeno complejo en el que interaccionan factores de distinta
índole, por ello, su
estudio demanda planteamientos interdisciplinares y no reduccionistas. El
objetivo de este artículo es, precisamente, mostrar esa complejidad.
1. La dimensión
comunicativa
El primer aspecto que debemos atender en este
estudio es la dimensión comunicativa o lingüística (siempre que este último término se
entienda en sentido amplio). Al
igual que otras prácticas sociales, las practicas comunicativas se regulan
socialmente. Es precisamente, por el papel constitutivo de otras prácticas sociales, que
cada comunidad organiza sus intercambios comunicativos, de manera que se
establecen normas acerca de cómo hablar, cuándo hablar, quién puede hablar, de
qué y con quién (piénsense, por ejemplo, en cómo podrían realizarse sin
intercambio comunicativo prácticas sociales como administrar justicia, enseñar,
legislar, o practicar la medicina).
Así, las entrevistas realizadas a niños y
adolescentes de origen ecuatoriano y también de Marruecos muestran cómo la
forma de llevar las clases llega a confundirles y de ella concluyen que los
profesores no están interesados en su desarrollo (Martín Rojo et al 2002). De manera que estos usos
lingüísticos podrían favorecer inferencias sobre el tipo de situación
comunicativa que se alejan de la clase. En el ejemplo que estudiamos estas
inferencias se ven reforzadas porque la profesora ha elegido una estrategia
docente muy eficaz, pero siempre difícil, el juego (concurso), ya que los
alumnos han de aceptar que la finalidad de este es enseñar y aprender, y no divertirse.
A esta conclusión les cuesta llegar a toda en la clase. Ahora bien, es posible que las
diferencias en la regulación de la comunicación hagan todavía más difíciles a algunos alumnos,
inferir dónde están los límites. En el ejemplo 3 vemos un ejemplo de cómo se
desarrolla la dinámica conversacional.
2. Dimensión psicosocial
Esta es segunda dimensión que vamos a estudiar y a
la que acabamos de referirnos, la dimensión psicosocial. Cuando nos comunicamos no sólo intercambiamos
información, sino que también negociamos nuestras relaciones con los otros,
construimos la propia identidad y la de los otros, transmitimos una imagen
propia y percibimos la de nuestros interlocutores. Es difícil, por tanto,
comprender lo que sucede en los procesos comunicativos sin atender a estos
aspectos psicosociales.
Son, precisamente, los estereotipos que tenemos
acerca de nuestros interlocutores los que pueden atenuar o exagerar la
importancia de un “modo de hacer”. Por ejemplo, la interpretación del volumen y
el tono de voz usual en la península no sería tan rápidamente interpretado por
los hablantes latinoamericanos como un modo de imposición y dominación, de no
ser por la imagen que del español ha emanado de un pasado de colonización y
explotación. Como ya hemos señalado, en la interacción comunicativa, la “forma
de hablar” suele ser interpretada como una “forma de ser”, por lo que los
estereotipos son evocados y reconfirmados sin cesar.
3. Dimensión social
La dimensión psicosocial nos conduce
inevitablemente a la dimensión social, la tercera que queremos considerar.
Esta dimensión se refiere a la asimetría social, especialmente en cuanto a las
diferencias de estatus y poder entre los interlocutores.
Estas diferencias hacen que los distintos modos de
comunicarse se conviertan en mecanismos de diferenciación y exclusión social
dado que ciertos hablantes están legitimados socialmente para imponer sus formas
sobre otras. Más allá de que los hablantes mantengan estereotipos y de que usen
la comunicación para afiliarse o separarse, lo que es relevante, en este
contexto, es que esas diferencias sirven para legitimar el poder de ciertos grupos de hablantes y la exclusión
social de otros (la noción de mercado lingüístico de Bourdieu, y las
aplicaciones que de ella se han hecho, explican este proceso).
De hecho, las situaciones de comunicación
intercultural que mejor conocemos son aquellas presididas por la asimetría y
las diferencias de poder. Por ello, los cambios en los patrones comunicativos
asociados a los fenómenos migratorios han sido objeto de estudio prioritario de
este campo de investigación.
Si nos situamos en el nivel macrosocial, rara vez
encontramos políticas coherentes de transformación de nuestras sociedades, en las
que se observan las consecuencias del cada día mayor desnivel económico entre
el norte y el sur, y en las que ha aumentado la movilidad y en las que, por
otro lado, se trata de sacar partido de esta movilidad tratando de
obtener mano de obra barata. A pesar de ello, y a pesar de
la incorporación de trabajadores extranjeros, no se observan políticas
transformadoras que tengan por objetivo la integración de la diversidad
cultural, lingüística y religiosa. Por lo general y, en parte, como resultado
de las tensiones sociales, de las reivindicaciones y del compromiso social, por
parte de los colectivos de migrantes y de las fuerzas políticas y movimientos
sociales que demandan la universalidad de los derechos fundamentales,
encontramos actuaciones parciales y la creación de servicios dirigidos
específicamente a los inmigrantes y no al conjunto de la sociedad. Este tipo de
políticas incide únicamente sobre el colectivo inmigrante que debe con su
esfuerzo incorporarse a los usos y formas de la mayoría.
Como consecuencia de ello, las interacciones interculturales que encontramos se producen en contextos institucionales, en
los que los profesionales dan un servicio a un usuario que ha de contar con una
serie de conocimientos: expectativas apropiadas de lo que cabe esperar de estas
interacciones, conocimiento de la forma de llevarlas a cabo, de las normas y de
la lengua de la mayoría. En estos
contextos, las interacciones son siempre asimétricas, pero esta asimetría puede
incrementarse notablemente, y ello se refleja y reproduce en la comunicación.
Además, si estas interacciones culminan con la exclusión, con la negación del
acceso a servicios o beneficios, estas suelen “justificarse” o legitimarse culpando
a la víctima, y en ello los modos de hacer y o la falta de competencia social
del solicitante. Es en este tipo de instancias donde la actuación del
mediador-traductor intercultural puede ser fundamental para facilitar la
comunicación e integración.


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